Perdonen cualquier error tipográfico, es un texto largo que me llevó un tiempo transcribir.
"Una es la niña que, aburrida, decide seguir la carrera loca
de un conejo. La otra es hija de unos padres consumistas que se olvidan de
anotarla en la escuela y le niegan el acceso a los libros. La primera, Alicia –
creación del diácono Charles Lutwidge Dodgson bajo el seudónimo de Lewis Carroll
–, cumplió 150 años el mayo pasado y, durante todo 2015, se multiplican los
homenajes en su nombre. La segunda, Matilda – publicada por primera vez en 1988
– platea, toda la obra del británico Roald Dahl, un grado de desprejuicio
creativo tal que marca un antes y un después en la literatura infantil.
Ambas, Matilda y Alicia, deciden diferenciarse de la coyuntura
que les toca en suerte; si hasta es posible imaginarlas juntas, la mayor contándole
a la pequeña el juego de criquet con flamencos y Matilda relatándole alguna anécdota
de la horrible señorita Trunchbull. Lo cierto es que a través del camino que
estas niñas abren se puede reflexionar no sólo en torno a la literatura, sino
también en las maneras en las que se pensó – y se piensa – la niñez. Porque,
como explica Carolina Tosi, escritora e investigadora del Conicet, “la infancia
no puede ser entendida mediante parámetros biológicos, sino que se trata de una
construcción social que varía a lo largo de la historia”.
Alicia es, en apariencia, una típica niña de clase alta en
la Inglaterra victoriana; una privilegiada, si pensamos en la cantidad de niños
que colmaban las fábricas y vagaban por las que ser vistos pero no oídos; por
eso se contrataba personal que los pudiera mantener a una prudente distancia de
los padres. Como describe Tosi, predominaba la concepción de que los niños eran
adultos en miniatura, es decir que no eran considerados un grupo que necesitara
de cuidados especiales y de atención de los grandes. Los libros que se les
ofrecían tenían un objetivo moralizante y aleccionador.
En este punto es donde Alicia empieza a diferenciarse de los
supuestos en torno a la niñez de la época. Basta con repasar la primera escena
de Alicia en el país de las maravillas,
en la que espía el libro que lee su hermana. Lo mira, sí, pero automáticamente lo
descarta. Porque ¿qué puede haber de entretenido – dice – en un libro que no
tenga ilustraciones ni diálogos? La negativa de Alicia le abre un mundo. Lo que
viene después es conocido: el Gato de Cheshire, los acertijos imposibles, la
Reina de Corazones. Y, entre todos estos personajes, una niña dispuesta a
cuestionar incluso – o sobre todo – su propia identidad.
Cualquiera diría que la sociedad que alberga a Matilda está
en las antípodas del siglo XIX. Y sin embargo el descontento de Matilda parece
ser similar: lo que el mundo adulto ha preparado para ella no tiene nada que
ver con lo que desea. Sigue Tosi: “En los años 50, a partir de la Convención
sobre los Derechos del Niño, emerge la representación del niño como sujeto social
con derechos. Esto supone que debe recibir la protección necesaria que satisfaga
su bienestar integral”. A partir de la segunda mitad del siglo XX, el mercado
también le abre las puertas a este nuevo sujeto: los niños ahora son consumidores.
Y éste es el mar que le toca navegar a Matilda. Una niña de
clase media inglesa, cuyo hogar está repleto de objetos pero donde no hay ni un
solo libro. Frente a esta limitación, Dahl le otorga un don: Matilda es
excepcionalmente inteligente, incluso desarrolla poderes telequinéticos. De
manera que se las ingenia para llegar a la biblioteca pública y leer todo lo
que encuentra a su paso: Dickens, Hemingway, Austen. Al igual que Jane Eyre,
aquella niña de la novela de Charlotte Brönte – otro de los libros que lee la
pequeña – que se escondía detrás de las cortinas para leer, Matilda se encierra
en su cuarto con los ejemplares que trae de la biblioteca. Su padre, imitando
el gesto del hermanastro de Jane, le arroja un libro por la cabeza. Han pasado
150 años, pero los administradores del saber siguen siendo los hombres. Porque
la actitud que tiene el padre de Matilda con su hermano Mike es decididamente
otra: le enseña los secretos de su oficio, lo inscribe en la escuela.
Que esto sea parte del juego grotesco que ha hecho célebre
la obra de Dahl – Mike, para colmo, es un chico muchísimo menos listo que
Alicia – no le quita fuerza de verdad. Cuando logra que la manden a la escuela,
Matilda se encuentra con una directora tan cruel que es capaz de arrojar niños
por la ventana. Pero también una forma más sutil del maltrato. A pesar de que
su maestra considera que debe estar en un grupo más adelantado, la directora se
niega. Sólo entiende un sistema educativo organizado en grupos etarios
definidos, sin excepciones. Matilda es capaz de resolver ecuaciones imposibles
pero qué importa: la escolaridad, dice con ironía Dahl, consiste en ocupar la
casilla que se nos ha asignado.
“Son libros que no señalan una realidad ideal, sino por el contrario,
ponen el foco en la subversión del orden”, señala Tosi. Hacia fuera del campo
literario, evidenciando la manera en que la sociedad piensa la niñez y la
manera en que encuentran los niños de resistir. Dentro de la literatura,
desbaratando supuestos: lo que se supone que deben leer los niños. Porque,
hasta hace poco, la literatura infantil era pensada a través de la pedagogía.
Se leía para aprender algo. Ricardo Mariño, creador entre otros de los relatos
que tienen a Cinthia Scotch
como protagonista – otra niña en un mundo de absurdos y juegos de lenguaje –,
cuenta: “La lectura de Alicia tuvo para mí un efecto de “autorización”: la poca
literatura infantil que yo conocía, con excepción de la de María Elene Walsh,
era grave y moralizante. Alicia, entonces,
me confirmaba que esa zona del absurdo, el humor, el juego de palabras y
el dar vueltas los saberes era un campo fecundo y divertido”.
Del lado del lector
Ser aleccionadores o moralizantes: nada más alejado de la
propuesta de estos autores. De éstos y de los muchos que vinieron después.
Porque una tendencia poderosa hoy en la literatura infantil es la de explotar
la potencia del lenguaje y de la imagen son prejuicios no estigmatizaciones,
sin miedo a adentrarse en zonas más conflictivas o angustiantes y con un
profundo respeto por el lector. “En el mundo de Carroll hay algo relativo a
ponerse del lado del chico haciéndolo jugar placenteramente con “materiales”
que en la infancia tienen cierta carga de angustia”, explica Mariño. “La
infancia es una etapa de entrada al lenguaje, de adquisición de saberes, de
asimilación de reglas, es decir, de sometimiento a al ley, de modo que jugar
con el lenguaje, poner patas arriba los saberes, reírse de la autoridad y
burlar las reglas es una especie de recreo respecto de las obligaciones y del
lugar de debilidad y obediencia que le toca al chico”.
Es indudable que la importancia que tiene el personaje de
Matilda en la literatura infantil es diferente de la que tuvo y tiene Alicia. Sin
embargo, la temática de Matilda quizá
sea más cercana a la realidad de los niños. A través de la lente deformante del
humor, Dahl retrata el maltrato en la escuela, la complicidad de los niños para
resistir al mundo adulto, el desamor familiar.
Natalia Méndez, editora de Edelvives Argentina, lo explica: “Dahl
abrió muchas puertas para los lectores y las siguientes generaciones de
autores. Sin ser una experta en su obra, pienso que su éxito no es fácil de
repetir. Matilda, creo, tiene el
balance exacto entre el humor y las verdades tremendas. Esa sensación me
produjo al leerlo: una incomodidad que me hacía gracia y, a la vez, ajustaba
cuentas con el mundo”.
Según describe María Fernanda Maquieira, gerente de Literatura
Infantil y Juvenil de Santillana, que publica aquí la obra de Dahl, Matilda es
uno de los libros más vendidos del catálogo. En la Argentina tiene más de
quince reimpresiones y lleva vendidos más de 110.000 ejemplares. Además de la
versión cinematográfica, en 2010 se estrenó en Londres Matilda: The Musical de la mano de la Royal Shakespeare Company y,
desde entonces, la historia de la niña que se salva gracias al poder de su
mente no ha dejado de representarse.
Tosi señala algo curioso: no hay referencias explícitas a
Carroll en el libro de Dahl. Y es imposible que la biblioteca local que visita
la pequeña no tuviera una copia de Alicia
en el país de las maravillas, uno de los libros más importantes y más
vendidos en lengua inglesa. Tal vez se pueda pensar que la omisión es síntoma de
su presencia. No es necesario nombrarla: ella está en cada juego de palabras,
en cada situación desopilante o absurda. Porque aquél túnel oscuro que en 1865
se anima a recorrer le abre una puerta no sólo a ella, sino también al
personaje de Matilda y a las niñas por venir. Es la llave hacia una literatura –
y una infancia – más rica en juegos, en metáforas; más oscura, sí, pero también
más valiente, más verdadera. ¿Hay final feliz? A medias. Los niños, después de
todo, siguen estando a merced de los adultos y, eso es sabido, no siempre es garantía
de bienestar."
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¡Excelente nota! No sé mucho sobre los autores más que sus obras, no leí nada de Carroll y tuve la oportunidad de leer algunas historias cortas de Dahl en Lengua en mi carrera, las cuales realmente disfrute y fueron de esas historias que cuentan de manera muy fantasiosa como es ser un niño y como es el pasaje de uno hacia la adolescencia o la adultez.
ResponderBorrarAdemás, ¿quien no creció viendo a Matilda o a Alicia? jajaja
Besos!
Teffy
http://elsecretoenmispalabras.blogspot.com.ar/